Memorias de mi abuela

Mi abuela Delia nació en 1894. Un poco antes de cumplir los 100 años decidió escribir sus memorias. Son páginas manuscritas llenas de sutilezas donde su añeja mirada reflexiona sobre su pasado. Cada frase carga una potencia inusual porque son observaciones de una mujer prácticamente analfabeta. El espíritu fue su gran aliado.
Aquí la primera parte de sus memorias


Quisiera despertar mi mente para llevarla al más alto estado del pensamiento humano. Trataré de hacer un resumen a fin de que mis hijos puedan leer la historia de mi vida mientras estuve en la tierra. A través de mi mente voy recordando lentamente lo que va dictando mi pensamiento. Empezaré así: Cuando tenía diez años mi madre y una tía, Juliana Rolón, me llevaron a un colegio de pupila, el Hermanas de San José. La dueña era la Reverenda Madre Camila Rolón que en ese tiempo ya tenía 33 colegios fundados. Como era parienta de mi abuela y de mi madre, ellas pensaron que que iba a estar bien y no se equivocaron. Pasé una infancia muy feliz y así fueron pasando los años.Yo, asimilando todo lo bueno que me enseñaron. Ahora bien, cuando yo tenía 14 años, precisamente en el año 1908, vino la Reverenda Madre Camila Rolón que en ese tiempo ya tenía 33 colegios fundados. Como era parienta de mi abuela y de mi madre, ellas pensaron que que iba a estar bien y no se equivocaron. Pasé una infancia muy feliz y así fueron pasando los años.Yo, asimilando todo lo bueno que me enseñaron. Ahora bien, cuando yo tenía 14 años, precisamente en el año 1908, vino la Reverenda Madre Camila Rolón a visitar el colegio donde yo estaba. Al tercer o cuarto día me hace llamar por la Madre Superiora al comedor de las hermanas porque quería hablar conmigo. Cuál fue mi sorpresa, yo no hice nada, pensé, voy a ver que pasa. Fui donde me esperaba; la saludé y ella sonriendo me dice: Delia, te llamo para ofrecerte el hábito de Hermana de la Caridad. Yo me iba a arrodillar y ella me dice: Delia, vos no me lo pedís, soy yo quien te lo ofrece. Bueno Madre, gracias, cumpliré sus deseos.
Me dijo que tenía 33 colegios fundados en distintas partes del país, que estaba enterada de que yo era estudiosa en clase como en bordados y que iba a ser una Hermana de Clase. Así que cuando cumplas los 15 años, la Superiora te va a llevar de aquí a la casa madre, (que en ese tiempo estaba en Bella Vista y ahora está en Roma).
Cuando subí al comedor todas mis compañeras me estaban esperando, me preguntaban ¿Qué paso?. Les dije que la Reverenda Madre deseaba que yo sea una Hermana de la Caridad. La sorpresa de mis compañeras fue mayúscula.
Tuve la sensación que la Hermana y mis compañeras desde ese día me apreciaron más, no así una Hermana llamada Sor Josefa. Yo era para ella su sombra negra, no me podía ver ni pintada. Hasta me calumniaba. Con ella sufrí mucho. Cuando murió, la Madre Superiora me escribió una carta: “Delia, murió Sor Josefa, reza por ella”. Esto pasó después que yo me fui del colegio, por eso la Superiora me escribió esa carta dándome la noticia. Que en paz descanse
Ahora bien, se acercaba el fin de año, tenía que prepararme para ir al convento, la monjas le habían anunciado la noticia a mis familiares y todo era un revuelo, pero como bien se dice, el hombre propone y Dios dispone.
Bueno, como es lógico, vino mi madre a despedirse porque sabía que yo me iba de ese colegio para ser Hermana de Caridad. Me llama la Madre Superiora y me dice: vino tu mamá, lávate la cara, péinate y vení a saludarla.
Cuando llegué tuve la sospecha de que ellas habían estado hablando a solas porque ni bien entré, la Madre Superiora se fue por un buen rato y mi madre empezó a preguntarme cosas insignificantes. Yo le respondía sin tocar el tema de mi conversión a Hermana de Caridad. Cuando volvió la Superiora, mi madre se paró para despedirse y yo también me puse de pie para despedirme de ella. Pero sorpresivamente la superiora me dice: Delia, ándate con tu mamá.
No, le contesté. Yo di mi palabra para recibir el hábito de Caridad y me esperan en la Casa Madre. Y ella volvió a decirme: Andate Delia, si el mundo te llama es porque te necesita.
Que palabras más exactas. Y verdaderamente fue así. El mundo me necesitaba.
Al despedirse me da un abrazo muy fuerte, sale al corredor y vuelve con un paquete muy grande. Me lo da, se saca de la cintura la tijera que tiene colgada y me la ofrece. “Tomá que te va a hacer falta”. Lloro. Ella le dice a mi madre, “Señora, me lleva el brazo derecho del colegio”.
Cuando llegué a mi casa desaté el paquete. Había una cantidad de ropa, un hermoso costurero, un rosario chiquito de nácar, estampas preciosas y la tijera, que hasta el día de hoy la tengo. No sabría que darme a decir verdad. Pero ahora viene lo peor. A los dos meses de estar en mi casa, se enferma mi padrastro de dos flemones en la garganta y como en aquellos tiempos no había penicilina ni antibióticos, muere y mi madre queda en la última miseria, embarazada de siete meses. Y es aquí donde empieza la lucha de mi vida.
Tuve que salir a buscar trabajo. Como sabía bordados y vainillados me fui ofreciendo a las chicas que estaban de novia para hacerles ajuares de cama y así fue que empecé, sin descanso, a ayudar a mi madre. Hacía un juego por mes, sin descansar un minuto. Cobraba 45 pesos el juego pero a mi madre le decía que cobraba 40, porque esos cinco pesos se lo daba a mi hermana Gabina, que estaba pasando por un momento muy difícil con su marido sin trabajo en tiempos donde encontrar trabajo era casi imposible.
Así fue pasando el año 1909.
Yo me iba cansando de tanto trabajar, porque en realidad trabaja mucho y ganaba poco.
Ahora bien, se acercaba el centenario de 1910 y por el diario vi que necesitaban costureras a domicilio para cocer banderas y bandas argentinas. Le dije a mi madre, andá para ver si te dan trabajo así yo dejo un poco el bordado que estoy cansada. Y así fue que le dieron cuatro docenas de banderas para cocer. Pero duró poco. Pasó el 25 de mayo y tuve que seguir con mis bordados.
En esos tiempos vino un matrimonio italiano para alquilar una pieza donde nosotros vivíamos. Eran muy buenos, yo me hice amiga de ella.
El furor por las bandas y banderas duró más o menos hasta junio de 1910. Fueron unas fiestas espléndidas pero ya no había trabajo. Así que esta italianita que vino a vivir a casa cocía camisas para un registro. Le pregunté si yo podía pedir trabajo, me dijo que sí. Fue mi mamá a pedir trabajo y le dieron cuatro docenas de camisas, a entregar lunes y jueves. Las cuatro docenas, 8 pesos con cuarenta centavos. A trabajar sin descanso. No había otro remedio. Trabajar.
Una tarde yo estaba cociendo y vino una muchacha para que le hiciera un ajuar de cama porque estaba por casarse. Bueno, dejé un poco la costura y empecé el juego. A los veinte días vino a ver cómo iba su pedido y hablando de unas y otras me dijo que en los talleres de la casa del A…también se hacían juegos vainillados. Yo pensé y le dije a mi mamá “Porque no llevás de muestra la sábana que está hecha a los talleres para saber si pagan mejor”. Mamá fue, llevó la sábana y le dijeron que por el momento no necesitaban pero que me iban a tener en cuenta para el momento en que lo necesitaran. Y así fue. A los dos meses me llaman para arreglar una partida de salidas de baño que venían mal hechas. Tenía que descocerlas porque al poner las piezas de género para cortar unas eran muy blancas y otras muy oscuras. Las costureras las habían hecho como llegaban, una manga más blanca, una más oscura, también las delanteras. Era un trabajo terrible, muchísimas docenas pero a mí me vino bien porque me pagaban 40 pesos por mes. Entraba a las 8 de la mañana, me iba al mediodía, volvía a la una de la tarde y salía a las seis. Estaba encantada y quedé efectiva. Hasta traían fundas de hospitales. Dos docenas de fundas a dos pesos la docena, un día sí, un día no. Trabajaba contenta. Nos arreglábamos bien.
Un buen día me llama el jefe y me dice: “Señorita, vamos a inaugurar una tienda con taller de costuras finas en el centro, en la avenida Callao esquina Sarmiento. La señora Leoni va para cortar los ajuares y usted para preparar el trabajo que lleven las costureras a domicilio”.
No le respondí inmediatamente, buscaba una palabra correcta.
Señor jefe, le dije, yo vivo a media cuadra de aquí y no tengo ningún gasto personal. Usted sabe que no es lo mismo. Ir bien vestida y viajar van a ser un problema.
Me responde que ha hablado con su superior y han decidido pagarme 60 pesos por mes y aparte los viáticos, que son cuatro pesos con ochenta centavos.
Me pregunta si estoy conforme. Yo pensé: 60 pesos por mes y los viajes, me conviene. Así que el primero de agosto de 1910 empecé a trabajar en los talleres de la tienda. Me fue muy bien hasta el año 1913 donde una crisis tremenda hizo que cerraran tiendas, negocios y fábricas y un buen día, sin más ni menos, nos hacen saber que van a cerrar la tienda y el taller. Cuál no fue mi sorpresa al quedarme otra vez sin trabajo. Nos despidieron así nomás, con un “Adiós y gracias por todo”.
La felicidad no dura toda la vida. Para mi había terminado.
Vuelvo a cocer camisas en mi casa, aunque de mala gana porque trabajaba mucho y ganaba poco
En ese tiempo vino una española a alquilar una pieza, era un matrimonio muy bueno. Un muchacho venía a visitar a esa familia.
Cuando mi mamá estaba en casa tomábamos mate en la pieza y cuando ella no estaba íbamos a tomar mate con Sara y Angélica a la cocina. Y en tantas idas y venidas, mirábamos a ese muchacho que venía a visitar a la señora española.
Una tarde de las tantas que pasé a tomar mates con mis hermanas Sara y María Angélica, se presenta en la puerta de la cocina el muchacho y nos dice: Buenas tardes…Yo lo miré.
Deseo hablar con usted, dice. ¿Me permite?
Cuál no sería mi sorpresa cuando le escucho decir: “Si usted me acepta, quiero comprometerme y casarme con usted”
Decidida le digo: Yo no digo ni si ni no, porque no lo conozco. Ni usted a mí ni yo a usted. Este es un paso serio, hay que pensarlo. Además mi mamá no está. Sería mucho mejor esperar a que ella venga.
Y él: Bueno, cuando venga su mamá le dice lo que hablamos y si ella está de acuerdo me espera en la puerta, de siete a siete y media, que yo la paso a buscar.
Bueno, cuando vino mi mamá le di la noticia. Yo no sabía cómo empezar. Primero me miró un tiempito y después me dijo: Esto tenés que decidirlo vos. No tenemos por qué estar todas de acuerdo.
Le dije que había estado hablando con la española quien me comentó que era un muchacho muy bueno y trabajador y que conocía a la familia de España.
Bueno. Si es así acéptalo.
Lo esperé a las siete y le di la respuesta que esperaba.
Bueno, me dijo. Yo tengo los lunes francos pero voy a poner un suplente el domingo para que estén sus hermanas presentes cuando yo llegue, porque también quiero comprometerme. Deme ese anillo que tiene puesto que voy a mandar hacer las alianzas.
Volvió y habló con mi madre y mis hermanas: Señora, si el trabajo me va bien nos casamos en siete meses y si el trabajo va flojo, será en un año.
La guerra ya estaba declarada y los trabajos difíciles de encontrar. Nos pusimos de acuerdo. Se llamaba Sebastián y era panadero.
Ahora bien, como Sebastián tenía francos los días lunes, nosotras nos íbamos los domingos a la casa de mi hermana Gabina a pasar el día. Cocinábamos entre todas, la pasábamos muy bien.
A los cinco meses, más o menos, llaman a la puerta de calle y preguntan si allí vivía José Bego. Si, le dijeron.
Cual no sería su sorpresa cuando se presenta alguien diciendo que es primo de José, pero que no lo conoce porque cuando éste vino a la Argentina, él era un chiquilín.
Se presentó diciendo; “José, soy tu primo Pepe”.
José lo hizo pasar y le presentó a mi hermana, que era su señora, y a nosotras como su familia.
Estuvieron hablando bastante. Contaba el tal Pepe que vino a la argentina, porque un pariente por parte de su madre lo mandó a llamar para darle un buen empleo en Obras Sanitarias de la Nación…”Y así José, vendí el piso que antes era de mis padres. Me vine rápido y aquí me ves”, le dijo.
Y se fue, primero que nosotras, porque iba a visitar a otra familia.
El domingo siguiente, como de costumbre, fuimos a comer a lo de mi hermana Gabina. A la tardecita volvió a aparecer este primo, con un paquete de masas y se quedó hasta la noche. El domingo siguiente, ídem, lo mismo. Vino con dos pollos al spiedo, a comer.
Al tercer domingo le dije a mi mamá temprano: Hoy no voy a comer a lo de mi hermana. Y no fuimos. Mientras tanto yo observaba hasta donde se desarrollaba esta gran amistad entre los primos.
Ahora bien, como ya no íbamos a comer a lo de mi hermana los domingos, mi madre y mis hermanas iban por las tardes y yo me quedaba a trabajar, porque el lunes debíamos entregar las costuras.
Así fue que un domingo llega mi hermana y me dice: Delia, José te llama. Quiere hablar con vos.
Fui, lo saludé y me dice: “Delia, te llamo porque mi primo Pepe me tiene loco para que te diga sus intenciones para con vos. Se ha enamorado y te quiere hablar”
- José, ¿usted no le ha dicho que estoy comprometida?
- Sí. Pero él, como nosotros pensamos que tal vez, reflexionando, aceptarías esta oportunidad. Una ocasión como esta no volverás a tener. Delia. No es por él que te lo digo, es por el panadero. Vos sabés que tienen mala fama de cuchilleros y borrachos. Yo te aconsejo.
Estás a tiempo. Mi primo tiene plata y un buen empleo en Obras Sanitarias. No te faltaría nada con él.
- José, cuando yo me comprometí pedí la opinión de mi madre, de mi hermano Javier y la de todos ustedes. Y todos quedaron muy de acuerdo. Y ahora me venís con este problema. Mirá, ya está resuelto José. No lo dejo a mi novio por nada del mundo. El me ama y yo también, pase lo que pase. Y si por algún motivo tuviera que dejarlo, no me quedaría un minuto más en mi casa. Estoy decidida.
Volví a mi casa muy tranquila como si no hubiera pasado nada. Mi madre me miraba, notó algo extraño pero no me preguntó que pasaba.
Como no se hablaba más del asunto, mi mamá me dice un día: “Voy a respetar la palabra de tu novio, cuando dijo que si el trabajo iba bien, se casaban en siete meses, y si no sería al año. Pasaron los siete meses y el año se va acercando. Si no cumple lo despido. Que se retire. Aquí no viene más”.
Yo comprendí lo que decía mi madre y desde ese momento fui preparando a Sebastián.
Le decía: “se nos acerca nuestra fecha…mirá que pasa el tiempo”
Un día estaba cociendo en la máquina y Sebastián me pregunta sobre la máquina. Se la voy a dejar a Sara y María Angélica, le respondo, así trabajan y pueden ayudar a mamá. ¿Y el violín?, me dice. Ah, eso si no me animo a pedírselo, le digo.
Dejá que un día de estos yo se lo pido, me dice Sebastián. Y así fue.
“Delia les va a dejar la máquina de coser a sus hermanas para que trabajen y la ayuden, señora, pero el violín se lo va a llevar”
Mi mamá le respondió, un poco para divertirlo: “Usted, basta con Delia” y él, un momento después: “Tiene razón señora, yo no quiero más que a Delia”
La guerra era terrible en 1914. No había trabajo, solo miseria. Yo no me quejaba porque me daban 8 docenas de camisas por semana, cuatro para entregar el lunes y cuatro los jueves. Tenía que apurarme mucho para hacer las entregas a tiempo pero nos arreglábamos. No nos sobraba nada. Tampoco nos faltaba.
Para decir la verdad hijos, yo he trabajado haciéndole bordados de ropa interior a la señora del almirante Dame García. Ella se llamaba Sofía. Vivía en la calle Belgrano, cerca del Departamento de Policía y siempre buscaba un pero para sacarme un peso. Un día me cansé y no fui más. A la ricachona, en su palacete donde vivía, le parecía que era mucho lo que me pagaba.
Ahora bien, se acercaba la fecha de casamiento y no sabíamos que hacer.
A la guerra iban entrando todos los países. Nación por nación.
Le toca entrar a Italia, en julio de 1915 y llaman a todos los italianos jóvenes que se encuentren fuera del país a defender a su patria. Se fueron muchísimos italianos.
Donde vivía Sebastián había una familia italiana, la familia Penaveza, quienes tenían una prima italiana y una hija que hacía nueve meses que se había casado con un muchacho italiano, que tuvo que embarcarse para ir a la guerra. Vendían el juego de muebles y de cocina. Todo muy nuevo y muy lindo.
La señora de la casa donde vivía Sebastián le dice cuando él regresaba del trabajo: Don Sebastián, mi prima me dijo que si usted quiere comprar los muebles de su hija, porque se van a Italia por la guerra, vaya porque a lo mejor se arreglan.
Sebastián fue. Le gustaron mucho los muebles. Le preguntó cuánto pedía.
100 pesos, dijo el muchacho. Es mucho para mí, tengo 90 pesos, le dijo Sebastián y arreglaron.
La señora tenía una pieza desocupada con una ventana que daba al patio, muy linda, Enseguida limpió la pieza, lavó el piso y ayudado por los hijos de la patrona, trajeron los muebles.
Después vino a casa y me dijo: Delia, compré un juego de muebles. Dormitorio, cuatro sillas de Viena, una mesa hermosa, una lámpara muy linda, un reloj de cocina, una mesa, ocho sillas de madera, una cocina con dos hornallas, una lámpara de colgar y cosas para cocinar. Todo nuevo, con tres meses de uso por noventa pesos. Tomá las llaves. Que tu Hermana Gabina te acompañe así los ves.
Y así lo hicimos. Me gustaron muchísimo los muebles.
Para esto ya entrábamos en el mes once de novios y teníamos todo listo, gracias a Dios, para casarnos.

Yo seguía trabajando. En los primeros días de noviembre mi hermano Javier y Sebastián fueron a buscar los papeles del civil para llenarlos pero no los dejaron en casa por temor a que mamá los rompiera, los llevaron a casa de mi hermana Gabina. Ahora bien, cuando faltaban ocho días para que se cumpliera la fecha del casamiento, yo tenía preparado el trabajo para entregar, llega mi mamá, desata el paquete para ponerse a trabajar, entonces le digo: Mamá, mirá que el lunes que viene nos casamos. Bien, me dice. ¿Tenés pieza?
Si mamá, y muebles y cocina. No me falta nada. Y seguí trabajando.
El jueves entregué cuatro docenas y traje otras cuatro docenas para entregar el lunes. Las dejé listas para que las entregara a las 5 de la tarde.
Yo me casaba a las 11 de la mañana de ese mismo lunes y hasta el último momento cumplí con mi madre.
Mi abuela vino muy temprano, trajo todo para la comida, para que se preparara el estofado temprano, así cuando volviéramos del civil no tendría tanto trabajo.
Me llamó la atención que mi mamá no se vestía y ya se acercaba la hora de irnos.
Mi hermana Gabina entonces le pregunta: ¿Qué te pasa mamá?
Nada, pero no voy a ir al registro civil.
Gabina fue corriendo a lo de mi abuela, que vivía a la vuelta a contárselo.
No te aflijas, dijo ella, voy yo, que soy madre y abuela. Y vino volando, bien vestida y preparada para acompañarnos.
Ahora bien, Sebastián ignorando que la abuela Rosalía se había encargado de traer la comida, le había dicho a un amigo si no quería junto a su señora, hacer una comida para ocho personas.
Con mucho gusto, le contesta el amigo, ese será nuestro regalo.
Ahora bien, cuando Sebastián nota la ausencia de mi mamá, piensa que es porque se había quedado cocinando. Entonces le dice a mi abuela: Yo he mandado a hacer la comida en la casa de un amigo para que la señora no trabaje. ¿Por qué no viene?
No se preocupe, le dijo la abuela. Ella se queda. Voy yo.
Y así fue.
Cuando llego a la puerta de calle, mi mamá me dice: Del civil a tu casa, aquí no entrás más.
Y así fue.
Me acompañaron mi abuela Rosalía, mis hermanos Gabina y Javier, hasta las siete de la tarde. Después nos presentaron una mesa muy bien puesta, con ravioles y pollo, todo muy rico.
Hijos míos, nunca piensen que mi madre fue mala. No. Siempre fue muy buena conmigo, me quería mucho, demasiado. Me llevaba a todas las fiestas que me invitaban, hacía lo imposible para que yo me divirtiera.
Con decir que unos hombres ricos de Villa Crespo fundaron una sociedad llamada La Concordia y habían nombrado a Remigio Iriondo como presidente y él les dijo que no, que ya era concejal y que tenía muchas ocupaciones y poco tiempo pero que en la fiesta iba a estar presente. Y así fue. Iriondo con su señora Julia, su cuñada Carmelia y conmigo. Fiestas que hacían, me invitaban. Y mi mamá chocha de que yo me divirtiera.
Todo lo que pasó fue por temor a que yo pasará por lo que ella pasó en sus dos matrimonios. Le parecía que con el otro muchacho iba a estar mejor porque tenía plata y un buen empleo, pero mi destino era estar con Sebastián.




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