La memoria de Borges

 Es 1984. Borges no espera mi llamado porque no me conoce. Sin embargo el teléfono de la calle Maipú suena, atiende Fanny, su fiel servidora y yo pregunto por él. Creo escuchar sus pasos acercándose

_ Si, hola. ¿Quien habla?

_ Buenas tardes Borges. Daniel es mi nombre. Estoy llegando a Buenos Aires después de vivir muchos años en Brasil, donde se lo lee y se lo quiere mucho, por eso me atrevo a preguntarle sobre su relación con la literatura de aquel país

_Querido amigo, esa relación lamentablemente para mi es francamente nula. No así con la literatura portuguesa, ya que mi apellido es portador de ese origen. He leído a don Luis de Camoes, ese honorable escritor del siglo XVI, autor de Las Lusíadas.
Y ya que usted ha tenido la amabilidad de llamarme para traerme el obsequio de la lengua del fado, voy a contarle una infidencia. Yo todos los días recuerdo a Luis de Camoes, dado que un descendiente de él peleó frente mi abuelo, el Coronel Francisco Borges, en una de las batallas por la independencia, y le asestó un pudoroso perdigonazo de una remington al hombro izquierdo de mi abuelo.
Siempre pienso en el momento en que el uniforme blanco de mi abuelo se llenó de sangre, sobretodo en las mañanas, cuando me afeito, todos los días, con una remington. 
Buenas tardes joven._ le escucho decir, antes de cortar.


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