Dobleces

Si en lugar de estar ante un asesinado estuviéramos ante un suicida, éste, en su misterio rotundo, también encarnaría allí el turbio destino de una sociedad y la responsabilidad de quién quiera que sea: todo el debate sobre lo ocurrido en un piso de Puerto Madero se devolvería a la política real que se hace en un país, de tal modo que nos veríamos envueltos en una atmósfera de irreflexión muy penosa, y la vida pública, social, intelectual y cultural se desharía apenas intentemos, a lo mínimo, comenzar a conversar sobre ella. En la muerte de Nisman se percibe una cuestión bien conocida: se refiere a los “Servicios de Informaciones”, dudosas agencias estatales que generalmente basan su fuerza en operaciones de “falsa identidad”. Su trabajo consiste en conocer lo “indecible del otro”, y aunque generalmente se limitan a trazar catalogaciones, esquemas y arquetipos previsibles, salidos de manuales de encasillamiento escritos en lengua persecutoria, su verdadera especialidad es la de “actuar siendo otro”. Esto es, actuar bajo el nombre del adversario, o de quien se quiere destruir, o de quien, expropiándole la identidad, se le pueda adosar después una acción ajena hacia la que fueron conducidos, o actos con el significado deliberadamente inverso de aquello en que los “servicios” creen, producido por ellos mismos con el profesionalismo de una conciencia desdoblada. Esta es la clásica acción del agent provocateur: poner a luz las latencias de culpabilidad y embate que las conciencias pueden tener, pero saben contener con prudencia. El cándido poseedor de creencias varias (denuncistas, insurgentes, ideológicas) ve de pronto que ellas se prolongan en acciones que él no ha causado. Los “servicios” –la conciencia del otro– las cometen para ponerlo frente a su supuesta condición de culpable. ¿Era alguien que meditaba en su ensoñación libre sobre convulsiones y actos justicieros? Ahora tiene todo eso a su frente, en un charco de sangre. El no lo ha hecho, lo han hecho por él, le han tomado prestada su identidad, han leído su “inconsciente político”, lo ponen en situación de desmentirlo todo, pero obligándolo al mismo tiempo a desmentir sus sueños.

Horacio Gonzalez, fragmento de su artículo "Sobre las autorías"



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