La prostituta

Hace nueve años que consulto a una misma prostituta, una o dos veces por semana, según la ocasión. Cuando la conocí ella tenía 19 años y supe inmediatamente que algo muy fuerte iba a suceder entre nosotros. Y así fue.
Nos hicimos amigos mucho después de tener nuestra primer relación sexual, y hoy, que tuvimos la última, nos consagramos a tratar de entender juntos esta rara ironía que me invade, cuando le digo que esa manera de encarar su oficio para conmigo, me evitó tener que abrevar en psicoanalistas, doctores en filosofía, hechiceros, ocultistas, adivinos u otros crepusculares impostores.
El impostor, un notable relato de Silvina Ocampo, es su cuento preferido, y el suicidio, su gran desvelo. Jamás nuestros encuentros tuvieron una duración excesiva.
Ella misma cambia de casa con cierta regularidad para evitar acostumbrarse a las paredes. El hecho fantástico siempre se resuelve con mucha sencillez.
Nuestro pacto es así de trivial. Nos vemos, hacemos el amor, tomamos una copa de vino para celebrar, le pago (siempre al despedirnos), y nada más.
Ella me invita a navegar por el tiempo, su cuerpo se ha perfeccionado a través de los años y su capacidad de pensar la realidad carece de incertidumbres o desasosiegos.
No es una aventurera, a pesar de los riesgos que ha tomado en su vida, sabe que lo más preciado que tiene para trasladar en cada mudanza, es su enorme biblioteca.
Cuando viaja, un mes y medio a lo sumo, nunca más, mi vida corre peligro. Pero siempre vuelve.
Soy un predestinado y haberla conocido sostuvo mi destino literario.
Pero ahora he empezado a envejecer y esa desdicha o paradoja, me tiene preocupado.
¿Podrè abandonarla?
No se que hago en París, me escribió una vez, si Proust no me gusta.
¿Sabré decirle adiós?
Yo no puedo entender que un hombre pueda admitir que millones de personas le griten "Peròn Peròn", pero siempre serè peronista, me dijo hoy, antes de darme un beso, en la puerta de su casa de la calle Céspedes, al atardecer. Abrazarla desnuda es una poética, una cosmogonía de la luz. Le escribo estas palabras sabiendo que no importa tanto mi felicidad sino la suya, que para mi es, como la felicidad de mi madre muerta.

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