Me muevo en lugares peligrosos, habito ámbitos oscuros, llenos de chorros, putas, gente de poca monta y ortibas lenguaraces que venden rifas donde el premio es una encamada con la muerte. 
 El sol es una orgía de sombras y el mejor recuerdo que tengo es una rata desafiando a un curda a las tres de la mañana en la equina de Moreno y San José. El curda era yo 
Pero no me quejo. Mi bronca es otra cosa. Mi bronca es no poder vivir de la música, no saber escribir mejor, un poco mas despacio y no todo de corrido. Pensar, amasar las palabras como se debe, porque la palabra es pan, el pan nuestro de cada día, pan que el fuego asó en el horno de barro de tu cuerpo que no para de pestañear las migas del sueño de lo que nunca seremos. 
 Vos tampoco te quejás. 
Tu espíritu se hunde en la hoguera y alimentás la hoguera con tu espíritu. 
 Porque hay que meterse en el subte todos los días a las cuatro de la tarde. 
 Algo te devora, algo te corroe, picos de mugre, siestas de chirridos y frenadas como si el alma del búfalo Funes volviese reencarnada en orsai. 
Escucho tu voz quemarse viva en el fuego de la crucifixión de la carne después de un polvo-plasma. Escucho tu voz decirme cosas al oído como “te odio cuando respirás así” o “jadeas como una hiena” pero el animal de tu sexo hermafrodita me calma, me acuna y me alimenta.  
Tu animal hembra que me aleja del diablo, tu animal que me muerde el cuello, me arrastra por el piso y me salva de caer en un nido de víboras y ser mordido no por ellas sino por vos, envenenándome tanta servidumbre. 
Veneno de mi piedad. Nube de sangre. 
 Ah! Si al menos pudiera escribirte una carta para que leas una y otra vez lo que siento por vos. 
Pero lo que siento por vos no tiene palabras



   

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